Desenfrenadas, irreverentes, feministas y con mucho corazón

Mexico, Review, TV

La primera gran señal para mí de que Desenfrenadas era algo diferente ocurre en el primer episodio cuando hay una breve participación de la reconocida actriz de doblaje Laura Torres caracterizada como Daria, un ícono feminista animado y al que ella daba voz en el doblaje al español. La serie animada marcó una generación por su excelente humor sarcástico y mordaz crítica social sobre la adolescencia estadounidense a finales de los 90, pero lo más refrescante era que el corazón de la historia residía en la amistad entre la protagonista y su mejor amiga Jane; juntas sobrellevaban los altibajos de la juventud con amor incondicional muy inspirador. Que los creadores de Desenfrenadas se esforzaran en aludir a esta animación de manera tan explícita para quien conozca la referencia (e imperceptible para quienes no) me dejó claro que estaba ante algo especial.

Debo confesar que mi intención inicial para ver esta serie de Netflix era hacer hate-watching, es decir, verla con intenciones de disfrutarla irónicamente criticando y riéndome de sus fallas. Aunque ya se había estrenado hace varios meses en la plataforma, no había escuchado a nadie hablar sobre ella. Mi impresión del trailer fue muy negativa—Otra serie mal escrita de whitexicans chiflados—pensé. Mi exploración de series mexicanas recientes me había llevado a resignarme a que la mayoría de las producciones, especialmente las comedias, son entretenimiento basura con pésimos guiones plagados de clichés y temas controversiales para estándares de señoras católicas; como en La casa de las flores, El juego de las llaves, Ana y más recientemente Cómo sobrevivir soltero (la más aborrecible de todas). Pero no, yo fui el tonto y prejuicioso porque después de hacer binge-watch de los diez capítulos de Desenfrenadas puedo decir que es de lo mejor que he visto, nacional o internacional, en años recientes. Me hizo reír y llorar, con una trama y personajes veraces e inteligentemente construidos, con un feminismo que sobrepasa los clichés y una fuerte crítica social integrada orgánicamente en la historia.

Esta serie creada por Diego Martínez Ulanosky trata sobre Vera, Rocío y Carlota, tres amigas de veintitantos años pertenecientes a una burbuja social de clase media-alta, que hacen un road trip de fin de semana de CMDX a Oaxaca topándose en el camino con Marcela, una chica oaxaqueña en serios problemas que, a punta de pistola, las obliga a darle un aventón. Esta premisa inicialmente me pareció algo problemática—la actriz principal morena como una delincuente violenta—pero finalmente funciona gracias a una cuidadosa construcción de personajes que reconoce este prejuicio y se preocupa por mostrar los motivos de cada chica para empatizar con ellas y sus motivaciones. Debajo de las groserías y el bullying light (porque sí son muy malhabladas y “llevadas”) encontramos humanidad y vulnerabilidad palpable; además, la química entre las cuatro actrices principales es tan buena que es un deleite verlas convivir.

Vera (Tessa Ia) es una aparente típica chava rica, hija de papi, que se siente con derecho a navegar por la vida haciendo lo que quiere sin sufrir consecuencias. Su introducción la retrata de manera extremadamente antipática: después de perder un ascenso en la revista de modas donde trabaja, explota y en un berrinche destruye la laptop de su rival e involuntariamente roba unos vestidos para una sesión de fotos. Para escapar de su realidad, invita a sus dos amigas a acompañarla en un viaje a Oaxaca con el fin secreto de perseguir a su fuckboy.

Rocío (Bárbara López) es una joven médica sobresaliente a punto de recibir una beca para estudiar en Suecia. Es atormentada constantemente por el recuerdo de su hermana recientemente fallecida y esto, aunado a la presión que ejerce su padre para que siga sus pasos y las dudas sobre el compromiso con su novio “Juanpi”, la llevan a aceptar la invitación de Vera para desaparecer por unos días.

Carlota (Lucía Uribe) es una chica feminista y poeta frustrada de familia judía que aún vive con sus padres sin saber qué quiere hacer de su vida. Su baja autoconfianza la hace fácilmente manipulable por Vera y así es como termina renuentemente accediendo a viajar con sus amigas. “Carli” cumple con las características estereotípicas de una feminista, desde su apariencia desaliñada hasta su manera de expresarse en sus diálogos contra el heteropatriarcado, pero al poco tiempo su caricaturización se desvanece y encontramos a una joven realmente comprometida con lo que pregona.

Marcela (Coty Camacho) vive una vida turbulenta en los barrios bajos, entre una relación extremadamente tóxica con su novio Joshua, cuidar a su hermano adolescente y la sombra del crimen organizado representada por un hombre apodado Sapo. Después de un altercado con este último es cuando por azar se cruza con el grupo de amigas y al no recibir ayuda “por las buenas” se ve obligada a intimidarlas y obligarlas a llevarla a su destino. Su introducción tal vez sí refuerza estereotipos, pero a través de los episodios reconocemos la dignidad, motivaciones y cualidades de Marcela para poder admirarla sin lástima o condescendencia. No es la “jodida” que debe ser salvada por la gente güera, más bien es un reflejo de lo que viven muchas mujeres en México.

El contexto inicial de las chavas es importante porque Ulanosky y su equipo no huyen de resaltar las evidentes diferencias de clases sociales como uno de los temas principales, sin caer en el maniqueo. Por momentos la trama se puede volver muy oscura, incluso perturbadora, sin embargo la serie no cae en el melodrama fácil. “Show, dont tell” es una regla de guionismo rara vez aplicada en las otras series mencionadas anteriormente, pero esta producción confía en el espectador para leer entre líneas las intenciones de los personajes y recompensar al espectador que haya puesto atención. El lazo entre Vera y Marcela en particular está muy bien logrado y, lo más importante, es creíble y lógico. El fuerte drama es digerible por el contraste con los momentos más contemplativos y divertidos, pero sobre todo gracias al humor irreverente.

La reciente controversia sobre la comedia racista-clasista en México llevó a muchos comediantes, actores y otras figuras públicas a declarar que el humor está muerto debido a la corrección política y las generaciones tan sensibles de ahora. Quienes piensan así debería voltear a ver a Desenfrenadas y aprenderle algo. Su humor toca temas temas “polémicos” como clasismo, racismo, privilegio, feminismo y la inseguridad del país; con el acierto de no usar a las personas desfavorecidas como objeto de burla, sino crear el humor a través de los choques de personalidades, y una mezcla de groserías y spanglish. Las veces que alguien actúa de manera racista o clasista, la burla es hacia la persona prejuiciosa, como debe ser.

Un problema de otras producciones contemporáneas es que se autoproclaman feministas con bombo y platillo cuando en realidad manejan el tema de manera muy torpe o limitada. Películas como Cindy la regia o series como La casa de las llaves y Ana parece que solamente basan su empoderamiento en la libertad personal, con mayor énfasis en el sexo sin compromiso o encuentros lésbicos. Y sí, es verdad que la liberación sexual femenina es todavía algo transgresor en cine y televisión de un país conservador como México, pero limitarse a este aspecto reduce el movimiento social a algo individualista. Además de con quién se acuestan o a quién le mandan nudes, Desenfrenadas no olvida mostrar la parte interpersonal del feminismo: las relaciones de apoyo entre mujeres están inscritas en el ADN de la trama.

Vera, Rocío, Carlota y Marcela son personajes refrescantes porque no están para nada idealizadas. Desde el primer episodio entendemos que son capaces de ser desconsideradas y tomar (muchas) malas decisiones. Entre ellas manejan un humor incisivo y se “pendejean” mutuamente todo el tiempo. Por otro lado, una y otra vez somos testigos del apoyo y amor que comparten para sobrellevar las dificultades que atraviesan. La interseccionalidad del feminismo es evidente cuando las chicas de CDMX son confrontadas con su privilegio y eventualmente lo utilizan para ayudar a Marcela. Al final de la serie la amistad entre las cuatro mujeres se siente real y satisfactoria porque se ha solidificado a través de la sororidad y los momentos, buenos y malos, que compartieron.

Si he hablado mucho sobre los temas y personajes es porque son el highlight de la serie para mí—se merecen que les echen mil flores—pero audiovisualmente también es un deleite. El soundtrack cuenta con música de artistas, muchas femeninas, en español con propuestas de rock-pop-electrónica muy cool (y un reguetón chusco por ahí). La dirección, edición, fotografía y dirección de arte son impecables. Los episodios son cortos pero utilizan el tiempo muy efectivamente, siendo raro que haya escenas que no avancen la trama o no contribuyan al desarrollo de personajes. Incluso un episodio que podría parecer filler, en el cual las amigas terminan en poblado pequeño en medio de una tormenta, tiene una carga simbólica enorme y pone en evidencia el gran avance en los arcos de personaje de las cuatro protagonistas.

Quien se sienta decepcionado o desilusionado por la basura mexicana de Netflix, Amazon Prime y demás, debe darle la oportunidad a esta serie. En un mundo ideal todo mundo estaría hablando y discutiendo esta joya. Realmente espero que produzcan una segunda temporada para retomar los cabos sueltos de la trama, pero sobre todo porque confío en que el equipo de Desenfrenadas aún tiene mucho que decir de manera inteligente, graciosa y humana. Vera, Rocío, Carlota y Marcela son the real deal.

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Ana: retrato involuntario de una whitexican

LGBT, Mexico, TV

Ana es una serie “cómica” sobre la actriz Ana de la Reguera, creada por ella misma e inspirada en su vida personal y profesional. En ella retrata los problemas y ansiedades que sufre cuando está a punto de cumplir cuarenta años. Así como producciones recientes como La casa de las flores o Cindy la regia, esta serie nos muestra problemas de gente privilegiada aderezados con temas presuntamente controversiales o transgresores para una sociedad mexicana conservadora. El resultado no es gracioso ni la (auto)crítica es lo suficientemente interesante para hacer de esta una serie recomendable, a menos que ver a la actriz fracasando en ser irreverente o mirar sexo lésbico light y masturbación femenina (¡con squirting!) sea suficiente para dejarte satisfecho.

La premisa de la serie es simple: Ana de la Regadera (sí, ese es su nombre en la ficción), quien vive entre CDMX y Los Angeles, es rechazada para el papel que anhelaba y con el cual pensaba triunfar como actriz latina en EUA. Esto la lleva a una especie de segunda adolescencia donde debe reencontrarse y redescubrirse a sí misma, dejando atrás los traumas de su crianza conservadora y expectativas para una mujer de su edad. El principal problema de la serie es que la protagonista es extremadamente antipática, incluso insufrible, y debemos estar con ella el 99% del tiempo. Su personaje está construido para ser un antihéroe estilo Fleabag, de la serie del mismo nombre, pero la ejecución es bastante artificial:

  • ¡Come comida chatarra y le encanta! Aunque sigue teniendo una figura muy delgada sin tener que hacer ejercicio.
  • ¡Fuma mariguana y es un desastre! Aunque ella siempre se ve impecable y su departamento y casa están siempre limpios y relucientes.
  • ¡Tiene tres (casi cuatro) amantes, y una es mujer! Parece que es tan cautivadora que puede ligarse a quien ella quiera sin esfuerzo.
  • ¡Es grosera y dice “verga”! Insulta a quien ella quiera y no pasa nada.

Todos estos aspectos de personalidad, en abstracto, podrían hacer un personaje entretenido y divertido, ya que la comedia y el drama surgen naturalmente de conflicto; pero no, el humor es tan forzado y básico (¡el papá le manda imágenes estilo Piolín por Whatsapp!) que termina siendo odioso. Después de casi cada situación “cómica” hay un mini montaje de imágenes chuscas que después de la segunda vez resulta francamente pretencioso. Casi cada episodio presenta también un número musical que parece insertado solamente para cubrir el tiempo necesario del capítulo, no avanzan la trama o muestran algún matiz emocional inesperado, estos son los momentos de cringe más grande de la serie.

En cuanto al drama, el guion no tiene ningún interés en crear una trama interesante o que las acciones de Ana tengan consecuencias. Al principio de la serie, la actriz parece estar en graves problemas económicos, por lo que supondríamos que el dinero será un gran problema porque no obtuvo el papel que buscaba. Pero nada de eso, después de diez episodios, ella sigue viajando constantemente y lleva su mismo estilo de vida sin sacrificios o restricciones. Se da el lujo de rechazar comerciales en México, incluyendo un protagónico de una serie, e incluso va a una clínica de reproducción para congelar sus óvulos, lo cual eventualmente descarta porque no quiere dejar de fumar mariguana.

Para ser una serie que pretende mostrar una mirada “auténtica” a la vida de la actriz, parece que ocurre en otra realidad, una donde una mujer inmadura, chiflada e ingrata puede conseguir lo que quiere sin esfuerzo. La cereza en el pastel ocurre en el final de la serie: Ana obtiene un papel, sin tener que hacer casting, pero lo rechaza justo antes de empezar las grabaciones por considerarlo indigno. ¿No leyó nunca el guion?. Lleva el documento a una calle debajo del letrero de HOLLYWOOD y orina sobre él, mientras se escucha un voiceover pretencioso sobre cómo hay que perderse primero para encontrarse a uno mismo.

Las inquietudes y miedos de una mujer que “ya pasó su punto de expiración”, como repite la madre de Ana, sí son material fresco para la televisión mexicana. El rol de la mujer mexicana adulta alejada de los estereotipos de género y la exploración sexual, sí son temas “tabú” en la sociedad y, en teoría, sería bueno que se abordaran en los medios, sobre todo bajo el control creativo femenino. Pero, desafortunadamente, las buenas intenciones no se traducen automáticamente en material de calidad. La relación lésbica de Ana con Chock (cringe) es una situación novedosa para el espectador mexicano promedio, pero termina dando pena ajena. La amante es una caricatura de una feminista que se avienta frases como “esto va a ser muy heteropatriarcal de mi parte”. Escritores mexicanos: decir frases o términos trendy como: “heteropatriarcado”, “neoburguesía” o “sistema opresor capitalista”, NO es un chiste en sí mismo y NO da risa.

Otro instante de temas de diversidad sexual desaprovechados es el del personaje de la hermana de Ana (interpretada por su verdadera hermana). Ella es un tipo de personaje que no vemos comúnmente en televisión: una mujer lesbiana con estilo butch. Su participación en la historia se limita a apoyar a Ana y aconsejarla cuando tiene problemas… y ya.

También hay una secuencia en un antro gay en Los Angeles que resulta gratuita y parece que solo fue incluida para marcar el checklist de cosas que resultarían controversiales para una señora católica. No entiendo cuál era el punto de la escena, tal vez presentar a Ana siendo idolatrada por la comunidad LGBT+ porque es una ex-actriz de telenovelas y esto apela a la gente gay (¿?).

De lo poco rescatable de la serie son los valores de producción, ya que es evidente que sí hay gente con talento detrás de cámara. La dirección del cineasta Carlos Carrera ayuda a levantar un poco el flojísimo guion y malas actuaciones, sobre todo los números musicales que son visualmente inspirados. Los insertos después de los chistes también aportan para crear un estilo único. Las escenas que simulan ser grabaciones antiguas en VHS también están bien logradas y ambientadas. Pero finalmente nada de esto es suficiente para salvar esta serie.

Echarte los 10 capítulos de Ana da la sensación de haber presenciado a Ana de la Reguera masturbándose: es ella congratulándose a sí misma por ser arriesgada y transgresora pero en realidad lo único que hizo fue darse placer a ella misma, perdí la cuenta de las veces que otros personajes la halagan por su belleza o por “defender” los derechos LGBT+. Tocar temas tabú de manera muy torpe se está convirtiendo ya en un cliché del cine y series mexicanas, que parece ser que esperan elogios y reconocimiento automático simplemente por poner en pantalla estas situaciones, sin la inteligencia para hacerlo de manera divertida o profunda. El toque whitexican, que dudo que sea consciente, hace aún más insufrible todo. Lo único que me deja pensando esta serie es si la verdadera Ana de la Reguera será igual de odiosa e inmadura que su personaje.

Illustration: Nude and Glittery

Illustration

It’s strange how drawing nudity still feels kind of taboo for me when it shouldn’t be. We are culturally taught to be uncomfortable around the human body, and that is reflected in our art; nipples and pubic hair are particularly rare to see. Personally, I think I feel ashamed that it can be misinterpreted as pornographic, even though there would be nothing wrong with that either. Anyway, I wanted to draw a female and male body in a fun, colorful way. The gloves and boots are there just for sexiness.

Novedad y decadencia: La casa de las flores y su jotería

LGBT, Mexico, TV
La casa de las flores, descripción gráfica

Ver la recién concluida serie La casa de las flores es como comer Doritos Rainbows, es ingerir comida chatarra de colores arcoíris envuelta en un empaque pro LGBT+. Su variedad personajes y temas queer, entendiéndolo como lo referente a la diversidad sexual y de género, son un hito en la televisión mainstream producida en México e indudablemente esto tiene su mérito, pero las deficiencias en guion, construcción de personajes y falta profundidad temática hacen de esta una producción muy superficial como obra completa. A continuación expresaré mis impresiones generales de la serie, especialmente sobre su manejo de lo queer y los personajes de María José, Julián y Diego.  

Sutileza

Primera temporada: telenovela con jotería fresca

Si hay algo que se le debe reconocer a la serie de Manolo Caro es su estilo camp bien definido y logrado. Dicho en términos simples, el camp es la jotería de la serie, sin entender esto como algo negativo o despectivo; es la estética y sensibilidad propia de la cultura LGBT+ en México. La serie aprovecha al máximo un repertorio de influencias como las telenovelas mexicanas de antaño, música pop en español, la estética de Pedro Almodóvar, la provocación y erotización del cuerpo masculino a la Ryan Murphy y la comedia vulgar mexicana, para consolidar su producto como una “telenovela millenial”.

La premisa de la serie es muy efectiva: tras el suicidio de la amante de Ernesto De la Mora, su familia debe mantenerse unida para sacar al patriarca de la cárcel y mantener a flote los negocios familiares, mientras los secretos que han guardado a través del tiempo salen a relucir. Las historias de familias disfuncionales de clase alta que se desviven por aparentar ser perfectas son ya un cliché de la televisión y cine mexicano, pero la diferencia radica en que La casa de las flores se regocija en las libertades que le permite Netflix para ser más irreverente y arriesgada, valiéndose de sátira, humor negro, desnudos, groserías y apertura de temas queer, que mezclados con giros de trama escandalosos propios de una telenovela crearon una divertida, morbosa y fácilmente digerible primera temporada.

Esto no lo tiene Televisa.

Si hubo un personaje sobresaliente en la primera temporada, que no fuera por su factor “memeable”, sería María José (interpretada por Paco León), una mujer trans que es abogada y cuyo papel en la historia salía de los estereotipos al no girar en torno a su transición, las dudas sobre identidad de género o la violencia que recibía. De entrada, ella ya se presentaba con naturalidad y dignidad para poder participar en la historia ayudando a sacar a Ernesto de la cárcel y lidiando con el reencuentro sentimental con su ex-esposa Paulina y Bruno, el hijo que procrearon.

A través de flashbacks obtenemos un vistazo al difícil momento en el que la pareja se separa, pero en el presente María José y Paulina se muestran más maduras, se perdonan mutuamente y reavivan su relación. En el último capítulo la familia decide mudarse a España para alejarse de los problemas y empezar de nuevo los tres juntos. A mí parecer, este personaje fue un gran acierto y un indicio de que la serie podría ir a lugares interesantes.

María José y Paulina

Los otros personajes queer con mayor relevancia son la pareja de el hijo menor De la Mora, Julián (sosamente interpretado por Dario Yazbek), un nini viviendo a costa de la familia, y Diego (Juan Pablo Medina), el asesor financiero familiar. La bisexualidad de Julián y mostrar abiertamente la vida sexual de una pareja gay con notable diferencia de edad es uno de varios méritos automáticos para la serie. Después de una obligada trama de salida del clóset y la aparente ruptura de los amantes, solo el tiempo diría si sus historias se encaminarían por rumbos más interesantes.

Si bien la primera temporada tiene sus aspectos criticables, como la controversia sobre un actor cis interpretando un personaje trans o el nulo carisma de Aislinn Derbez, las bases estaban bien cimentadas para una segunda temporada que podría ir en muchas direcciones. Pero al poco tiempo dos factores marcaron el inicio del fin: Verónica Castro no regresaría para más episodios y la serie sería víctima de su propio éxito, dando prioridad en el guion a complacer al público con lo que funcionó anteriormente y evitando ahondar en la complejidad de sus temas.

Segunda temporada: fanservice y personajes sin rumbo

A partir de la segunda temporada, la serie se convierte en una caricatura. La trama, en vez de estar sustentada en lógica del mundo real, prefiere generar y solucionar artificialmente los problemas. Un claro ejemplo de esto es que en los primeros capítulos, la familia debe idear un plan para recuperar el cabaret perdido, pero eventualmente Diego lo recupera tras apostar con el nuevo dueño en un evento que ni siquiera es mostrado en pantalla, solo se menciona y debemos aceptarlo sin pensar. Los personajes y su contexto mudan poco a poco a una hiperrealidad, anteriormente reservada para números musicales, donde todo puede ocurrir y nada debe tomarse en serio. Las tramas de la secta y el concurso de talento son tan absurdas y de un humor tan infantil que dan pena ajena y no vale la pena mencionarlas de nuevo.

Ya nada importa o debe tomarse en serio después de esta escena.

Aquello que funcionó con las audiencias en redes sociales se subió de nivel. Si Paulina de la Mora hablaba graciosamente, ahora su “acento” será más marcado; si “salúdame al Cacas” dio risa, usaremos a este personaje para que mencionen su apodo regularmente; si les gustó el soundtrack, ahora habrá más momentos musicales. Esto es fanservice: complacer a las audiencias de manera superficial. Puede ser gracioso de vez en cuando y hasta disfrutable, pero en este caso solo es maquillaje para cubrir defectos.

Afortunadamente para María José, su personaje sale bien librado en esta temporada. A su regreso a México tiene una breve pero valiosa interacción con las imitadoras drag del cabaret, ayudando a “Gloria Trevi” a cambiar sus documentos de identidad. Es una situación un poco melosa tal vez, pero me parece que se representó con buenas y honestas intenciones. El mayor problema para la abogada es la extraña e incómoda relación con su hermana Purificación, cuyos motivos se mantienen en misterio por el momento y serán revelados hasta la tercera temporada.

Creo que aquí debía decir “nosotras”.

Otro pequeño acierto de estos episodios es cuando Paulina busca a las imitadoras para reincorporarlas al cabaret. Brevemente les observamos en sus contextos sociales fuera de personaje, un toque necesario para humanizar y darle más profundidad a estos personajes, que lamentablemente no volverán a tener después.

En cuanto a Julián, su ex-novia lo sorprende con un embarazo que pretende adjudicarle, pero luego se descubre que no es de él. Por algunos capítulos el hijo menor De la Mora recapacita sobre su vida y quiere superarse, pero al carecer de habilidades o intereses más que el sexo, se convierte temporalmente en escort. Esto se presenta de manera chusca y sin consecuencias de ningún tipo, por lo que a la larga es intrascendente. Su momento para ser útil es cuando sugiere incorporar strippers masculinos al cabaret.

Por otro lado, Diego se reencuentra con Julián para aclarar que él no ha robado el dinero de la familia y retoman su relación, hasta llegar a convivir brevemente con la bebé y sentirse como padres por un momento. Debemos creer que esto activa los instintos paternales de ambos y deciden que quieren tener un hijo biológico juntos. ¿Será esto una decisión correcta? ¿Es sensato fomentar este deseo de Julián dada su inmadurez e inestabilidad económica y emocional? A la serie no le incumbe cuestionarse esto y Diego coge en secreto con su cuñada Elena para embarazarla (con su consentimiento) y hacerle el favor a la pareja. Ah, y también él es encarcelado, pero no importa porque sale libre casi inmediatamente.

Heteronormatividad

Al menos solo queda una temporada más, esto no se puede poner peor, ¿cierto? (Spoiler alert: sí)

Tercera temporada: un spinoff repentino y un final mediocre

La tercera temporada toma los peores aspectos de la segunda y los amplifica. El fanservice se convierte en un atractivo principal de la serie y llega a tal grado de ridiculez que ahora ocasionalmente los personajes incorporan letras de canciones pop o memes en sus diálogos.

Es gracioso (¿?) porque es una referencia.

Lo único que salva este bodrio de ser un completo desastre es una serie de flashbacks sobre la juventud de Virginia de la Mora. Ya que Verónica Castro nunca regresará a la serie, los guionistas insertan una historia que ocurre en los años 70s para explorar el backstory de su personaje. Viéndolo de manera independiente, estos flashbacks me parecen bien logrados, con buena ambientación y ofreciendo un vistazo (un poco forzado tal vez) a la cultura queer y homofobia de la época. Las versiones jóvenes de los personajes son muy convincentes y colorean mejor su psicología en el presente.

Un nuevo personaje introducido en el pasado es Pato (Christian Chávez), un chico gay del círculo social de Virginia. Aunque nunca habíamos escuchado sobre él anteriormente, resulta que ha jugado un papel muy importante en la vida de la familia De la Mora. Es el verdadero padre de Paulina, descubrió el secreto de la muerte del padre de Virginia, introdujo a todos en el movimiento LGBT+ de la época e incluso debemos asumir que gracias a él Ernesto adquirió un gusto por el drag que lo lleva a manejar un cabaret en su adultez. Para sustentar todo este peso en la historia, se le da mucho tiempo en pantalla a Pato (para desfortuna de otros personajes principales), lo cual no necesariamente es un error. Su trágica historia de amor, aunque puede ser predecible, está decentemente desarrollada y con un muy gráfico crimen de odio nos recuerda que antes las cosas eran peores para los gays.

Crítica social

Todo lo que ocurre en flashbacks parece más bien un spinoff porque, aparte del cambio brusco de tono, los eventos del pasado tienen poca repercusión tangible en el presente, probablemente porque los dos personajes que reciben mayor atención, Virginia y Pato, ya están muertos. De haber ocurrido en la primera temporada o en una película, esto pudo haberse sentido más sólido. Los paralelismos entre el pasado y el presente son a lo mucho superficiales. La motivación de la abuela, una nueva villana de la temporada, no adquiere alguna nueva dimensión y el esclarecimiento del crimen de odio hacia Pato tampoco importa; el hecho de que Paulina descubra la verdad sobre su padre podría no haberse incluido y no cambiaría nada de la conclusión de su personaje.

Cualquier oportunidad es buena para hacer un montaje de transformación drag.

Contrario a la seriedad de los flashbacks, los demás personajes queer viven en un mundo de caricatura. María José tiene una nueva relación, que parece sacada de la manga, con una mujer llamada Kim, quien abusa de su hijo trans para obtener atención… o algo por el estilo. María José, quien anteriormente era altamente empática y centrada, observa una escena de maltrato y en lugar de ayudar al niño, corta con Kim y estos nuevos personajes desaparecen. Esta situación parece que era solamente un obstáculo artificial para postergar su regreso con Paulina. La trivialización de la violencia trans, sobre todo por parte de uno los pocos personajes genuinamente buenos en la serie me pareció de pésimo gusto por parte de los guionistas.

Violencia infantil-trans como chiste

Al principio de la temporada y de nuevo en el último capítulo, María José saca a Paulina de la cárcel mediante corrupción. En México todo se puede con dinero, es lo que nos dicen en un principio de manera factual, no como algo negativo. Entonces no debemos cuestionarnos el actuar de la abogada, simplemente estar satisfechos con su tenacidad para salvar a su prometida. María José y Paulina se casan en el final de la serie y gracias a la química de los actores podemos sentirnos felices por la pareja e ignorar el viaje sin sentido por el que atravesaron en los últimos capítulos resolviendo el misterio de Pato. Una boda entre una mujer trans y una mujer cis sí es algo nunca antes visto en series mexicanas, pero es una lástima que ocurre entre un mar de sinstentidos, como el de que su hijo tuvo una fugaz carrera en un grupo musical sin la supervisión de sus madres.

Sobre Purificación, María José se muestra muy compasiva con ella ya que, nos enteramos, padece una enfermedad mental no especificada. Estas interacciones más que interesantes son desesperantes, ya que “Puri” es una villana unidimensional sin una sola cualidad. La dinámica entre hermanas es hueca y tediosa a pesar del esfuerzo actoral de Paco León por parecer que le importa. Creo que intentaban emular a una villana despiadada de telenovela, pero su poco desarrollo e involucramiento con otros miembros de la familia De la Mora hace que su presencia se sienta como una molestia, que se resuelve anticlimáticamente con un fantasma.

Probablemente la peor trama de toda la serie es la de Diego ingresando voluntariamente a terapia de conversión porque está urgido por procrear y no puede esperar a que Elena se recupere del coma. Tras reencontrarse con sus padres para darles la noticia de que tendrán un nieto, ellos lo siguen rechazando por su sexualidad, por lo que Diego toma la decisión más lógica y madura, ingresar a un programa de varios meses que su primo asegura puede cambiar su sexualidad y con esto poder tener una familia “normal” con una mujer. Esto suena tan absurdo e inverosímil para el personaje que tengo la teoría que era una parte de la historia de Pato en los flashbacks, pero por alguna razón se lo adjudicaron a Diego.

Una persona que dice eso jamás iría a una terapia de conversión.

El manejo de la situación es tan pobre y desafortunado que trivializa un fenómeno que sigue existiendo en nuestro país y causa graves y duraderos daños psicológicos a quien lo vive. Abordar un tema tan delicado requiere un compromiso y responsabilidad que simplemente no tienen los guionistas de esta serie. Dos episodios seguidos terminan con él recibiendo electroshocks (¿realmente se siguen utilizando hoy en día?) y en su estadía tiene una cita con una mujer mientras es observado por un grupo de personas detrás de un espejo de doble vista.

La manera lógica de lograrlo

Finalmente es Elena embarazada, acompañada de Julián, quien convence a los padres de Diego que lo saquen de ese lugar. La pareja de hombres declara que su amor es más fuerte que antes y Elena queda tan conmovida que quiere compartir la crianza del bebé con ellos, y con un repartidor de Rappi (digo, Rabbit) que acaba de conocer. Diego llora en su bañera en una escena que dura unos segundos y luego todo se olvida cuando nace el bebé. Todos serán muy felices.

Tal vez la intención era darle a Julián y Diego un final de telenovela pero subversivo: “la pareja gay forma una familia… ¡pero de cuatro!”, sin embargo el build-up es pobre y no considera la lógica ni consecuencias de los eventos que acaban de ocurrir. La serie tampoco está interesada deconstruir estas ideas heteronormadas y románticas, sino al contrario, parece validarlas: los problemas de una pareja inestable se resolverán formando una familia con hijos.

Conclusión: todo se marchita

Ignoro qué tanto del bajón de calidad de la segunda y tercera temporada se deba a la salida de Verónica Castro y los ajustes que se hayan tenido que hacer al guion, pero el producto final es el que habla por sí mismo. La casa de las flores llenó un vacío que existía en las producciones mexicanas, aportando una estética, humor y temas frescos para el público nacional, pero ser el primero en algo no debe automáticamente considerarse como de buena calidad.

Aunque el camp es un estilo válido así como usar las telenovelas como influencia, esto no es una excusa para escribir guiones incoherentes. Parece que ya al final la serie se preocupó más por crear escenas que sirvieran para memes o gifs en lugar de contar una historia convincente. La casa de las flores es hasta ahora la mejor serie queer mexicana, simplemente porque no existe otra. Manolo Caro y otros realizadores deben superar este primer intento y mejorar sus producciones queer. El público merece más que Doritos Rainbows.

Un fantasma salva el día. ¡VIVA MÉXICO!

Octopath Traveler: A Flawed but Enjoyable Retro JRPG

Review, Video Games

Given the current state of the world, global pandemic and all, playing a long immersive video game seems like the perfect way to spend time. I recently finished the main quest for Octopath Traveler for Nintendo Switch, which took me about 60 hours to complete and, while I did enjoy it a lot, I have very mixed feelings about it. Although it possesses a very rewarding and addictive battle system coupled with gorgeous art and music, the story structure and a huge difficulty spike at the end make it hard to recommend, especially for the non-experienced in the genre.

The main appeal of the game is its retro presentation reminiscent of JRPGs of the 90’s. The sprites, music, gameplay, and overall feel of the game hits hard on the nostalgia if you’ve come across the classic SNES JRPGs like Final Fantasy or Chrono Trigger. Having delved into this genre, especially when I was younger, I felt right at home with Octopath.

I’m drooling with this screencap.

The Good

Octopath Traveler is a fun game, plain and simple. The battle system is genius, with just the right balance of simplicity and complexity to be enjoyable even during regular enemy battles. Finding and exploiting weaknesses keeps you engaged with constant decision making, you cannot just spam the attack command and expect to win. The eight playable characters possess unique abilities, in and out of combat, and eventually you get a simple job system (think Final Fantasy V or Bravely Default) that allows customization for creative party setups and strategies.

During the main campaign the difficulty can be quite challenging, but not unfair. I didn’t feel the need to grind (although it is required for post-game) to be able to advance, but rather just change up my party, jobs, and skills. You are mostly free to go wherever you want and tackle whichever available chapters you wish in an open-world like experience. Later areas are gated by high difficulty, though, but the sense of freedom is nice to have.

The fully orchestrated music is outstanding. I will not go into technical details because other people have analyzed and clearly explained how it evokes classic RPG music while updating it for modern times. It suffices to say that it’s beautiful; the town and overworld themes (like Among Stately Peaks) are atmospheric and classy while battle themes (like Battle II) are catchy, epic, and full of energy to keep you pumped during the fight. It is so good it has become one of my favorite OSTs in recent memory.

Sound design is also remarkable. Listening to the crunch when breaking enemies’ shields or the exploding ice crystals of scholar magic never got old and gave me a steady dopamine rush that is hard to describe in words. You know a lot of care was put into the sound effects when the coin sounds when buying equipment at the shops feels so, so satisfying.

The art of the game, probably the game’s most distinguishable feature, is stunning (except for maybe the overuse of lighting effects). The spritework channels old school charm with a few special effects added to enhance and modernize the look, the extremely detailed boss sprites are particularly impressive. Gorgeous character portraits and the ending illustrations are small bonuses that are a treat to see.

Seriously, this should be in a museum.

As for the eight main characters alluded to in the title, I found all of them to be very charming and cute. They are very tropey, not overly complex, but their fun, distinct personalities make up for it. I set the audio to Japanese and the voice acting was enjoyable enough, especially during battles when they shout out their attacks or scream when getting hurt.

The Bad

So Octopath Traveler has a lot of things going on for it, but unfortunately the enjoyment is brought down by some clunky or plain bad design choices. This is all my opinion of course, but I’ll try to explain it the best I can.

Great, another unmemorable cave.

The (J)RPG genre has two main draws, gameplay and story. I’ve already stated how much I liked the battle system itself, but I cannot say the same for the story. As the title suggests, there are eight protagonists on their own journeys. Each one has to go through four chapters that encompass their adventures through the medieval-like continent of Orsterra, with their own background, motivations and supporting cast. This all sounds very interesting on paper but the main issue is that the eight paths never intersect, even when some events occur in the same towns. Sometimes a character states out their first impressions of a town even when they’ve already been there.

The eight characters do travel together, but their stories might as well occur in parallel universes. During the regular campaign (I know about the final dungeon, I’ll get to that) there is no overarching plot or event that makes it logical for these people to stick together on an adventure. There is a huge disconnect between each protagonist travelling with other three people but when story events happen they all conveniently disappear. I understand it is game logic, but I’m sure there are more effective ways to incorporate the whole party organically into each other’s events. The occasional (optional) group banter is amusing but doesn’t have a real impact on character development. There are some genuinely touching scenarios, like Tressa’s last chapter, and interesting moral dilemmas, like Alfyn healing a murderer or Primrose’s thirst for revenge, but it is not enough to be fully engaged with these people. It doesn’t help that the chapter structure is very flawed from a pacing perspective.

From the very beginning you can select whichever character’s Chapter 1 to tackle, and after completing their scenario the next one opens up, locked behind greater difficulty. The suggested way of playing is finishing everyone’s Chapter 1, then all Chapter 2’s, and so on, but since the stories are not intertwined, whatever story advancement is next for the current character will have to wait a few hours before resuming. Any momentum a story comes to a halt when you switch to another protagonist’s story, some of which might not be that interesting honestly (Ophelia’s second chapter is pure filler). In the end you have watched eight discrete stories unfold, but fed to you very slowly in small doses.

This game is also guilty of being extremely repetitive. Every chapter follows the same formula: you arrive at a town where your character needs to use their unique ability to find someone related to their story, after a few cutscenes you travel to a generic dungeon (seriously, the amount of events that happen inside bland caves is ridiculous) where you fight a boss, and finally return to the town to close the chapter with a few more conversations with a side character. Rinse and repeat 31 fucking times. If the battles weren’t so fun I wouldn’t have endured through half of the chapters. It does not help at all that dungeons have no personality whatsoever, with no clever puzzles or minigames or anything to spice things up, it is always a straightforward point A to point B with a few branching corridors with a treasure chest at the end.

Hope you love grinding if you want to see this.

And finally, that freaking final dungeon. After completing everyone’s Chapter 4, it turns out everything was indeed connected, you just don’t find out until after the credits roll. To understand more about Orsterra’s lore and the plot that links every character’s journey together you have to get to a secret final dungeon, accessible after doing a very obscure and kind of random sidequest. You fast travel to some old ruins in what seems like a cheap last moment addition. After a savepoint at the entrance, you have to battle again a buffed up version of the eight personal final bosses. There is no going back and no way to save, so you have to go through all the enemies in what could take more than half an hour to be able to face the true final boss. For the first and only time in the whole game, you are asked to form two parties which will face off against two separate, exceedingly difficult final boss battles. All the previous enemies you fought are nothing in comparison. The normal pace of the game makes it so you have underleveled characters, so you will be forced to grind to get them to an acceptable level, and still if you lose you will waste more time when you want a rematch.

I was unprepared and caught off-guard by this last boss, and the game makes it frustratingly punishing and time-consuming to have a rematch so I have no interest in attempting it again. This feels like such a slap in the face; respect my time, Octopath Traveler! And so my final impression of the game is tainted by this situation. Super difficult bosses are a staple of JRPGs but they are generally not integral to the main plot, but rather an extra diversion for those looking for an extra challenge. The last bit of plot should not have been locked behind this travesty. Luckily, Youtube saved me some very precious hours.

The Veredict

I don’t regret my time spent with the game; the art, music and gameplay are consistently good throughout. If you’re looking for a nostalgia-inducing sprite-based JRPG that will hook you for long hours, Octopath is fine. I just wish more was put into creating a good plot and more varied scenarios during story progression. The real final boss not locked behind hours of grinding would be nice too. The groundwork has been laid for something very special, an improved sequel has the potential to be a truly great game, or maybe they could reuse the engine for a remake of some SNES games if they don’t want to spend a FFVII Remake budget on it. If that doesn’t happen at least we got a stellar soundtrack.

Illustration: Ode to Egoism

Illustration

Is altruism overrated? Is it actually a disguised form of egoism? Should we reconsider the importance of placing ourselves first in life? That’s what the Culturico article I was tasked to illustrate is about.

Such an abstract idea seemed difficult to depict in images at first, but the mention of Don Quixote gave me the idea of him shedding his armor (the symbol of his altruism) to reflect on his behavior. The pose is a nod to Auguste Rodin’s The Thinker.

Sketch
Final Illustration

Cindy la regia y el progresismo sobrevalorado

Mexico, Movies, Review
¿Cómo sobrevivirá Cindy en CDMX? Spoiler alert: muy fácilmente.

Debo confesar que vi  Cindy la regia por morbo después de la controversia que causó en redes sociales la opinión de la crítica de cine Fernánda Solórzano. Ella hablaba de una obra arriesgada que no caía en los clichés de las comedias románticas, dándole un respiro al género y siendo un gran logro para el cine mexicano mainstream. Ahora que la he visto, entiendo de dónde viene esta adulación: la película es transparentemente progresista, específicamente feminista y pro-LGBT+. Sin embargo, en su intento por ser políticamente correcta, el guion falla en crear un conflicto interesante y, extrañamente, evade hablar del clasismo, a pesar de que el personaje y la premisa se prestan naturalmente para explorarlo. ¿Estamos realmente ante un “parteaguas” en el cine mexicano, o nuestros estándares son tan bajos que un discurso social progresista básico eleva el valor de una película a niveles de admiración?

La opinión controversial

Ya conocía la tira de Ricardo Cucamonga de cuando estudiaba la prepa en Monterrey y me parecía muy acertada su representación de una chava de clase alta de San Pedro (una que otra compañera de clase era muy parecida). Con el paso del tiempo ya no conectaba con el humor/crítica social y dejé de seguirle la pista, pero cuando supe de la existencia de la película me entró la curiosidad: ¿cómo funcionaría un personaje que personifica el clasismo, hipocresía y doble moral de la clase alta regiomontana como protagonista en el cine? Inicialmente suponía que harían algo al estilo Nosotros los nobles, o tal vez parecido a las Niñas bien o Blue Jasmine de Woody Allen, donde una mujer privilegiada y clasista es confrontada con las desigualdades de clases sociales y el humor o drama resultar naturalmente de ahí. Pero no fue nada de eso, la solución de los realizadores del filme fue crear otro personaje superficialmente parecido al original pero eliminando sus defectos más pronunciados para hacerlo más digerible o likeable y de paso (intentar) crear un modelo a seguir feminista.

La nueva Cindy está reformulada para no incomodar a nadie, tal vez solo a la gente conservadora. Es excesivamente inocente, dulce, open mind, creativa y completamente adaptable al cambio. Su mayor defecto podría ser su ingenuidad, pero esto no le trae mayores problemas. Sus mayores sacrificios son no tener un novio rico y vender sus aretes caros para ayudar a alguien más. A pesar de la comprometida actuación de Cassandra Sánchez Navarro, el personaje resulta muy poco interesante al ser tan perfecta. Constantemente los demás personajes nos tienen que recordar lo excepcional que es la protagonista, halagándola por su inteligencia, buen gusto al vestir, su manejo del inglés, buen ojo para el diseño, su belleza, etc. Consigue un trabajo, amistades y pretendientes sin hacer gran esfuerzo. El resultado de todo esto es una historia completamente feel-good, pero hueca al momento de pretender dar sus enseñanzas feministas.

No quiero decir que las lecciones sean malas, pero están presentadas de una manera muy artificial, casi didáctica. En una ocasión Cindy expresa textualmente que ella tiene el derecho de “compartir su cuerpo” con quien ella desee y eso no tiene nada de malo. O en el clímax de la película, Cindy rescata de su familia homofóbica a la novia de su prima, literalmente entrando a su casa y dando un discurso de cómo hay que ser uno mismo para ser feliz. Por momentos parece que uno está viendo un capítulo de La rosa de Guadalupe progre.

Budget Miranda Priestly

Me parece muy peculiar cómo el guion de María Hinojos pretende dar lecciones de empoderamiento femenino, pro diversidad, sexualidad libre y demás, pero evita a toda costa explorar el clasismo y racismo que caracteriza a la clase alta mexicana, a pesar de tener el vehículo perfecto para hacerlo. Por ejemplo, creo que nadie utiliza la palabra “naco” ni una sola vez, a pesar de estar en el léxico común de este tipo de personas. Esto es una oportunidad desaprovechada, que ignora lo que hizo al personaje original popular en primer lugar. Las aventuras de Cindy en CDMX no tienen consecuencia alguna, incluso al final la protagonista regresa a Monterrey y se reintegra perfectamente a su círculo social, más “empoderada” suponemos, pero no hay manera de comprobarlo porque no interactúa con nadie, ni con su mamá con quien tuvo una fuerte discusión sobre el sexo casual ni con su amiga que le advirtió que no se fuera a “deschongar”. A pesar querer ser una comedia romántica subversiva, predeciblemente termina emparejada con el chico “pobre” de buenos sentimiento, que de igual manera a nadie en Monterrey le importa. ¿Tal vez su entorno no era tan malo en realidad? Quién sabe, el punto de la película es pasarla bien.

En comparación con una comedia mexicana de Omar Chaparro y Martha Higareda, definitivamente hay una intención intelectual distinta en Cindy la regia. Quiere dar lecciones importantes de vida, sobre todo para mujeres jóvenes, pero lo hace a base de cucharadas de azúcar. El humor de comparaciones Monterrey VS CDMX en ocasiones sí es chusco y los personajes pueden ser muy tiernos por ser tan inofensivos, pero la falta de conflicto, esencial para un buen guion, hace de esta una historia aburrida. El corazón está ahí, pero el cerebro no.

Illustration: Embracing Angels

Books, Illustration, LGBT

I was inspired by the angels Baruch and Balthamos, two characters that first appear at the end of The Subtle Knife, the second book in Philip Pullman’s His Dark Materials trilogy. Their book description is tricky to imagine: they seem to be made of light but appear amost invisible to the eye during the day.

I admire that their relationship is not hidden from the reader. They are explicitly in love and are quite affectionate towards each other, without it being treated like an oddity or pandering. Good LGBT+ representation in children’s/YA fantasy is always welcomed.

Happy Valentine’s Day! 🏳️‍🌈❤️

Sketch
Final illustration